viernes, 5 de junio de 2015

Primera relacion carnal de ella

La joven karla, muy religiosa y casi mística, se debate en el albor de los comienzos de su propia sexualidad. Su primera relación carnal, muy placentera, la tiene con un compañero que no duda ni por un momento en tomar lo que se le ofrece.
Doce años en un colegio de monjas no era para menos. A sus 16, la experiencia de Karla en materia sexual no iba más allá de unos castos arrumacos con el que había sido su único novio y una que otra caricia propia que no hizo más que despertar su curiosidad; todo ello confesado en su momento según las normas de la "Santa Iglesia". Su asidua participación en los grupos juveniles de su parroquia y sus constantes pláticas moralizantes, que evocaban las ejemplares vidas de los santos, acentuaban su prestigio, presentándola ante su sociedad como una chica de principios muy religiosos, pero ella sabía que aquella imagen se estaba tambaleando dentro de sí: el "demonio" le estaba jugando una mala pasada.
Ultimamente se sentía bombardeada por "malos pensamientos". Sabía que aquellos relatos eróticos que sus amigas "menos virtuosas" solían platicar, y los "indecentes" contenidos de las telenovelas que veía no podían traer nada bueno. Cada vez con más frecuencia, despertaba excitada por algún "mal sueño" y la tentación de la masturbación cada vez le era más difícil de vencer.
Inmersa en estos aconteceres de su vida, Karla acudió cierta noche a la "posada" de su escuela, esa fiesta navideña tan tradicional en México. Entre los asistentes se encontraba Carlos, un chico de la escuela con el que ella solía platicar de vez en cuando y por el que sentía una peculiar atracción, mermada sólo por su fama de "Don Juan" y su nula cercanía con los aspectos espirituales.
Para Carlos, la personalidad mística de aquella chica contrastaba con la inmensa sensualidad que desbordaba. Su mirar transparente y su sonrisa, en extremo coqueta, le parecían una combinación letal y difícil de resistir, por lo que, a pesar de su aire demasiado espiritual, la buscaba en cada oportunidad. Esa noche no fue la excepción, pero esta vez se encontró con una Karla diferente.
Tras los primeros minutos de conversación, notó que sus bromas de doble sentido no asustaban a la chica como solía ocurrir; por el contrario, parecían divertirle en extremo. El excesivo recato del que ella solía acompañarse parecía no haber asistido esta vez. El rechazo al alcohol tampoco acudió y gustosa aceptó los sabrosos "ponches" que su amigo le ofrecía. La plática pasó de los chistes tiernos a los "rojos" y de los temas más inocentes a los tópicos sexuales sin que la chica mostrara rechazo alguno.
Por su parte, Karla sabía que aquella plática con Carlos era "sucia", y que por respeto a su formación moral debía interrumpir aquello, pero no podía. Una fuerza mayor a su pudor se lo impedía. Se sentía excitada por la charla de su amigo y le resultaba imposible evitar el brillo en sus ojos y el nerviosismo en sus manos que rebeldes tocaban de vez en vez su entrepierna, haciendo evidente su extremo estado de excitación.
Carlos lo notó. Sabía que aquella noche podrían venir cosas buenas y sin meditarlo mucho, y aún cuando la fiesta apenas comenzaba, la invitó a "dar un paseo", escuchando con enorme sorpresa y agrado un "sí" que pareció venido del mismísimo cielo. Ambos chicos salieron de aquella fiesta ante las miradas llenas de sospecha de sus respectivos amigos.
Una vez instalada en el auto de su amigo, Karla comenzó a meditar sobre lo que estaba pasando. Sabía que estaba "metiendo la pata" pero sentía unas enormes ganas de hacerlo. Por otro lado, el saber que sus padres estaban fuera de la ciudad, lo que rara vez ocurría, le daba confianza para seguir adelante con aquella aventura. Comenzó a percibir sensaciones nunca antes experimentadas por ella; sabía que esos podían ser los momentos previos a la pérdida de su "pureza", pero lejos de incomodarse, como "debería pasar", se sentía feliz de que aquella posibilidad cobrara vida. Pretendiendo ser discreta, pero sin lograrlo, volteó su mirada a la entrepierna de su compañero topándose con una protu
berancia excitante. Entendió entonces que él estaba tan anhelante como ella.
Carlos decidió encaminar hacia Tequesquitengo, un bonito lugar, escenario de correrías similares en su pasado reciente. Conocía de un buen lugar donde "retozar" tranquilamente con su enorgullecedora conquista, por lo que más temprano que tarde estaba su auto en plena carretera con ese prometedor destino.
Durante el viaje no hubo cabida para la paciencia. Con ansia evidente, Carlos colocó su mano derecha sobre la rodilla izquierda de Karla, quien complaciente y generosa abrió ligeramente sus piernas en plan de invitación. Esa actitud no pudo ser más excitante para el emocionado conquistador, quien con mayor confianza fue desplazando su mano hacia la entrepierna de su amiga, estimulado por la respiración cada vez más entrecortada de ella. Tras alcanzar el cobijo de la falda, la mano de él se internó hacia el húmedo centro de la chica, para luego darse a la tarea de frotarle por encima de sus bragas.
Para Karla aquellos momentos fueron muy especiales. Se estaba dejando llevar por la tentación, y el remordimiento era lo último que pasaba por su cabeza; la mano traviesa bajo su falda se lo impedía. Por minutos gozó de la exquisita fricción que su compañero le regalaba, pero pronto lamentó la presencia de su íntima prenda que, cual indeseable custodio, resguardaba celosamente la más preciada de sus cavidades impidiendo el roce directo y eventual ingreso de aquellos delicioso dedos. Deseó con el alma que su amigo se animara a más, pero la actitud prudente de él, le hizo entender que sólo quería mantenerla con deseo hasta que alcanzaran su destino. No pudo resistir eso. Con impaciencia notoria, colocó su mano sobre la protuberancia que bajo el pantalón de su compañero se erguía y comenzó a frotarla con generosidad, con la esperanza de contagiarle su anhelo. Carlos entendió que no podía darse el lujo de esperar, y con la cautela que el caso ameritaba, salió de la carretera para tomar refugio en una pequeña vereda, que hospitalaria se reveló a su vista.
El vehículo de los chicos se cobijó al amparo de unos frondosos árboles y la tenue obscuridad de la noche. Las manos del muchacho pudieron entonces entregarse afanosas a la atención de Karla, pero ella, con excitación inédita, desabrochó las ropas de su amigo para redimir el objeto de su deseo. Por fin sintió entre sus manos aquella prohibida carnosidad masculina. No pudo resistir el impulso de agacharse para rozarla con sus labios, para darle humedad, para albergarla en su boca como invitándola a acostarse con su lengua. La ausencia de experiencia fue suplida a creces por la pasión. Aquella boca primeriza, inexperta, pareció iluminada por la lujuria, y con maestría envuelta en inocencia y deseo, sometió a su inusual huésped a fervoroso vaivén.
Carlos estaba acostumbrado a ese tipo de aventuras, pero sabía que esa noche era diferente a las demás. Tenía en su regazo algo más que a una compañera ardiente. Sentía el delicioso contraste de una mujer profundamente espiritual que visitaba por primera vez los deliciosos placeres de la carne. "Esto no se tiene todos los días", pensaba para sí. Aquellas suculentas oleadas de gozo que oralmente ella le regalaba, competían con el enorme deseo de poseerla, pero no quiso interrumpir aquello. En cambio, levantó la falda de su compañera para descubrir ante sí la excitante visión de un hermoso trasero. Colocó su mano derecha sobre él y comenzó a frotar agradecido.
Aquella mano atrás de sí avivó el fuego en Karla. Disfrutó por instantes del delicioso roce, pero más temprano que tarde sintió el incontenible impulso de retirar sus bragas para abrir el camino a la generosa mano que le procuraba placer; sin desatender a su compañero, como pudo, retiró su íntima prenda. Logró aquella mano entonces dirigirse pronta y deliciosa a la zona más íntima de ella, con la misión de agradecer amablemente el gozo que su dueño recibía. Por minutos, los felices dedos se deslizaron juguetones por aquella chica, brincoteando libres entre loma y loma, entre entrada y entrada.
El subconsciente de Karla, sin embrago, ya no estaba para aproximaciones; deseaba vehementemente el ingreso de aquellos dedos y, gobernada sólo por el anhelo, al sentir aquella bendita mano en la entrada de su sexo inició un movimiento p
élvico que parecía exigir la penetración. Carlos no pudo resistir aquella excitante muestra de anhelo, que aunada a la deliciosa fricción bucal que sobre su sexo ella le regalaba, hizo que pasara lo que tenía que pasar. A los pocos instantes la boca de aquella chica recibía tibios torrentes de pringosa pasión. De momento ella no supo qué hacer, pero el tan ambicionado ingreso a su sexo de los agradecidos dedos de su amigo, tomó dominio de sus pensamientos. Mientras la viril carnosidad se reblandecía ante su cara, la mano experta de su complacido amigo se movía deliciosa, con asiduidad creciente, encumbrándola en cada movimiento hacia la cima del deleite, el cual llegó acompañado de "indecentes" gemidos que su garganta no pudo contener. Por fin sintió su primer orgasmo.
Profundamente complacidos, tras echar para atrás los asientos del auto, los dos chicos se recostaron abrazados a platicar en silencio, labios contra labios. Los minutos pasaron en aquel mudo diálogo y con ellos fue reapareciendo la excitación. Ya no era necesario buscar el hotel, aquel refugio parecía ideal para todo lo que sus cuerpos necesitaran. Pronto, el bulto en la entrepierna de Carlos se irguió de nuevo. Esa fue la señal para la reanudación de la entrega amorosa. Los manoseos mutuos reaparecieron. Karla ya sabía lo que era un orgasmo, pero sentía una profunda necesidad de recibir a su amigo dentro de ella. "Quiero ser tuya", fue todo lo que sus labios tuvieron que decir para que a los instantes siguientes su entusiasmado amigo estuviera sobre ella dispuesto a consumar aquel repentino y quizá volátil amor.
Ella sólo cerró los ojos. Abrió sus piernas a su delicioso amante y se sintió transportada al paraíso con aquel ingreso. Carlos se afanó al vaivén que dotaría de excelso placer a ambos amantes. Los eróticos gemidos de su compañera en turno opacaron a los molestos rechinidos del auto.Tras muchos deliciosos pulsos de gozo, él interrumpió aquello; por su mente pasaban cosas previas al desenlace final. "Quiero cogerte como perrita", confesó a su amiga, quien, sin entender bien a bien a lo que se refería su obsceno compañero, sólo se abocó a entregarse dúctil a sus expertas manos. Pronto, rodillas y manos la sustentaban en aquellos asientos, en tanto que atrás su excitado compañero la sujetaba con una mano por la cadera mientras con la otra dirigía su miembro hacia ella. Otra vez un delicioso ingreso, otra vez un placentero vaivén que la acercaba al cielo, pero esta vez aquellos anhelantes senos gozaban del afanoso roce de las manos de Carlos.
-Siempre he fantaseado con hacerlo al aire libre, ¿quieres hacerlo así?- interrumpió Carlos su canino accionar para interrogar a su amante. Como respuesta recibió la sonrisa de ella, que parecía decirle "en tus manos estoy". La frescura de la noche no fue obstáculo para aquellos encendidos amigos, que pronto se encontraron revolcándose en el frío pasto silvestre regalándose placer a manos llenas. Después de algunos minutos ambos alcanzaron su gozo máximo, para regresar al cobijo del auto.
El regreso a la ciudad fue propicio para la reflexión. Todas aquellas bromas de sus amigas por considerarla demasiado "pura" habrían de terminar. Todas aquellas pláticas obscenas de sus compañeras, de las que solía entender poco, serían ahora inteligibles. Ya no le platicarían más, ya había vivido lo necesario para considerarse mujer. Con una oración lo agradecería al cielo.
Una duda importante aquejó entonces a la chica: sabía que tendría que dar testimonio sacramental de su aventura, pero ¿cómo reconocer una culpa cuando ni el arrepentimiento ni la decisión de no volver a hacerlo se presentaban? Entendió entonces que quien es todo bondad, difícilmente hubiera provisto al ser humano de algo tan maravilloso como lo es la sexualidad, con la malsana intención de que no la usara en favor de su felicidad. En ese momento recordó la frase bíblica que previamente no había entendido y hoy le confortaba: "la verdad os hará libres".
Datos de la autora:
mariedurane95@gmail.com

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